No
había habido muchas citas antes, apenas tres. Y estuvimos en mi cama. Para
hacer lo que ella no había hecho (algo raro a su edad en los tiempos que corren). No
sé muy bien si ella ya sentía la necesidad de dar ese paso o si decidió que yo
era realmente el tío adecuado. Lo que sí sé, recuerdo, es que en ese rato nunca
soltamos una de las manos.
Aquella
“cama” era un colchón matrimonial colocado directamente en el suelo sobre una
alfombra de bambú, ideal para muchas cosas, al que mis amigos llamaban “el tatami del amor” y para el que
llegaron incluso a regalarme apropiadas sábanas en mi cumpleaños.
Por
allí habían pasado muchas chicas en los años anteriores. Muchas, quizá
demasiadas. Sin embargo, no puedo negarlo, deseaba que la mayoría se largase
apenas habíamos terminado. De ahí que siempre intentaba ir yo a casa de ellas o, si vivían con sus padres, les ofrecía “echar la
siesta” para que no se quedasen a dormir. Pero con I. fue distinto; nunca quería que ella se fuese.
Las
ojeras “de después” en las mujeres son algo que siempre me han fascinado y a
ella le quedaban especialmente bien. Su piel pálida sin maquillaje y con un
incomparable brillo de felicidad en los ojos, ambas recostadas en mi almohada, eran el cierre
perfecto a cada noche (si bien solamente pudo dormir en mi casa una
vez).
La
mía (mi felicidad) era cuando me llamaba todos los días antes de comer o cuando
al salir de mi clase de fotografía por las tardes me recogía e íbamos a algún sitio a tomar algo. Uno de los lugares que se convirtió en habitual era
un bar que había en la misma ladera donde me llevó en la primera cita. Más
entrada la noche, el tacto del verano, que ya se insinuaba, nos abrazaba en mi
cama, en la que ella, cogiendo experiencia poco a poco, cada vez disfrutaba
más.
E
hicimos un trato dejados llevar por la inmadurez, por la edad, por los proyectos
que parecían dominar nuestras vidas por encima de nuestros sentimientos: aquella
historia se acabaría cuando llegase agosto, yo volviese a casa y los planes posteriores de cada uno continuasen empeñados en separarnos.
Previsiones
infantiles e irreales, imposición de la planificación racional, vínculos nacidos sin
pretenderlo, ser felices sin buscarlo y un final marcado. En resumen, todas las papeletas para una gran historia...
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